El Cronista Deportivo
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MediaPunta

lunes, octubre 17, 2005

Fútbol de equipos, selección menor

¿Preferirías que tu equipo jugara la final de la Champions o que España jugara la final de un Mundial? Yo lo tengo claro: prefiero que mi equipo juegue la final de la Champions. Y creo que no soy el único… si los jugadores de la selección pudieran ser sinceros habría más de un sorpresa. No pueden, o no quieren, ser sinceros. Como para otros muchos españoles, la selección no es lo máximo y así es muy difícil tocar el cielo.
César Nanclares Escudero - www.mediapunta.es
Querer es poder. Cierto. Querer sin sentir. Difícil. Tanto como que España gane un Mundial. Desde que somos pequeños venimos oyendo mil y una razones de por qué la selección española de fútbol nunca gana nada. Que si los árbitros nos perjudican, que si a los jugadores les falta carácter en los momentos decisivos, que si llegamos con poca preparación, que si el rival de turno siempre está en su mejor momentos, que si hay demasiados extranjeros en nuestra Liga…¡pamplinas! La selección española adolece de nacionalismo, un sentimiento caduco en muchos órdenes del mundo globalizado de hoy, pero imprescindible para que once jugadores que representan a un país “se pongan la camiseta”. Once jugadores en el campo y uno sólo en la grada, frente al televisor o en la tribuna de prensa. Porque lo que transmiten nuestros jugadores en el césped es el fiel reflejo de nuestros sentimientos desde fuera. Suena duro, lo sé, pero no es más que desapego, desarraigo, desidia… y así podíamos estar “des contando” hasta mañana.
No ocurre lo mismo con el fútbol de clubes, en el que la comunión entre jugadores-equipo y afición es casi perfecta. La era del merchandising ha permitido que los equipos ingresen cantidades desorbitadas por la venta de camisetas oficiales de sus jugadores e incluso amorticen el coste de un fichaje sólo con estos ingresos. Ningún fanático se avergüenza de llevar puesta, al campo o de paseo, la camiseta de su equipo y aunque el jugador fichado sea extranjero o llegue del máximo rival, una vez se pone la elástica de juego ya es idolatrado y admirado como si llevara toda la vida en el club. Parecería lógico si el equipo fuera “grande” o al menos aspirante, pero ocurre en todos los casos. La fidelidad a los colores de un equipo no decae con los resultados adversos y hasta se dan casos de clubes con mayor afluencia a su estadio cuanto peor clasificado está. El aficionado español al fútbol es fiel seguidor de su equipo pero no siempre lo es de su selección ¿Por qué?
En principio habría que decir que todo español de edad adulta tiene un cacao mental importante sobre los símbolos que en teoría nos representan. Los mayores porque vieron como la dictadura de Franco se apropiaba de esos símbolos como propios, representativos de la moral recta e inmutable pese a haber llegado al poder de manera ilegal, subversiva y sangrienta. Los más jóvenes porque se han educado entre la herencia caótica de sus mayores y el borrón y cuenta nueva de la España constitucional. Excepto los radicales, de un lado y de otro, todos dudamos si mostrar una bandera española es nacionalismo legítimo y natural, o derechismo. Ni siquiera los colores rojo y amarillo combinados (el gualda no lo reconoce la actual Constitución) se pueden enseñar sin que haya suspicacias a nuestro alrededor. La paradoja es tal que nos ponemos una camiseta con la bandera de cualquier otro país (EE. UU. o Argentina, por citar dos ejemplos frecuentes) sin que despierte en nosotros el mismo rubor que produce la bandera española. No hablemos ya de los símbolos provinciales o comunitarios. Utilizados como arma arrojadiza y reivindicativa por los políticos de ámbito regional se acaban convirtiendo en símbolos locales que traban aún más el sentimiento colectivo y único necesario para que todos “nos pongamos la misma camiseta”.
Los propios jugadores no son ajenos (por mucho que a veces les “ayudemos”) a la sociedad en la que viven. Ya se conocen casos, anónimos porque nadie se atreve a publicarlos, de jugadores que no quieren ser convocados por el seleccionador para evitar decantarse por la sinceridad del no. ¿Qué ocurre con aquellos que “por motivos profesionales” aceptan jugar en la selección con un sí falso? Pues que no se ponen la camiseta con el verdadero sentido de pertenencia al grupo, de saber que están defendiendo las ilusiones de todos los aficionados… ¿pero no hemos quedado en que no eran todos? Claro está que es la pescadilla que se muerde la cola. Si la gente no cree, el jugador tampoco, por mucho que se le llene la boca en sus declaraciones a la prensa. Declaraciones que, por cierto, no dejan lugar a dudas: Todos dicen que llegar a la selección es lo máximo... cuando si de veras creyeran en sus posibilidades como equipo nacional dirían que lo máximo es ganar un Mundial o al menos una Eurocopa.
El ejemplo de otros deportes de equipo no es trasladable al fútbol, espectáculo de masas preferido y por tanto el más visceral e irracional de todos. Los mal llamados deportes “minoritarios” (todos parecen mínimos comparados con el fútbol pero son practicados por miles de deportistas) no se conjuran por el sentimiento nacional sino más bien por la defensa de su casi permanente anonimato. Sólo se les hace caso durante el tiempo que dura el torneo internacional que ganan y a veces ni eso: los medios casi siempre tocan la puerta cuando el éxito ya está consumado. Luchan por reivindicar su deporte más que por reivindicar su pertenencia al mismo país. Aquellos de los “otros” que arrastran más público, como el baloncesto, el ciclismo, el balonmano o el atletismo, demuestran que somos de tendencia “solitaria”. Destacamos más en deportes individuales (Santana, Nieto, Ballesteros, Indurain…) que en deportes colectivos. El balonmano acaba de ganar su primer oro mientras el baloncesto siempre ronda el premio gordo para acabar conformándose con la pedrea.
Tal vez sólo un golpe de suerte, una casualidad o una generación superlativa de futbolistas españoles coincidentes en el tiempo obren el milagro, y por fin ganen algo. Aunque está el listón tan bajo que con alcanzar la final de algún campeonato quizá sea suficiente. Ello haría que el “exitismo” de los oportunistas y el fiel sentimiento de los seguidores de toda la vida desterrara para siempre el pudor que sienten determinados españoles por demostrar su nacionalismo español, clave en las conquistas deportistas internacionales modernas donde la igualdad de fuerzas es altísima y sólo marcan diferencias los “pequeños” detalles.