El Cronista Deportivo
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MediaPunta

jueves, octubre 27, 2005

Descubriendo "Laidy Pepa"

32 años, 10 meses y 17 días. Parece una condena y en cierto sentido lo es. Para mi estómago seguro. Es el tiempo que llevo importunando en este bendito mundo, y el que me ha costado dar con el único garito de Madrid, que yo sepa, en el que te puedes zampar unos espaguetis a las cinco de la mañana. Sí, gochos del foro isidril, por fin podemos decir que Madrid es una ciudad como dios manda. El hambre nocturna ya es historia.

César Nanclares Escudero - www.nanclymen.blogspot.com

Jueves, noche laborable y de farra laboral. La MediaPunta que tanto me ocupa de un tiempo a esta parte se va desvaneciendo. Primero cae, como siempre, el dúo comercial. Luego se rajan Los Hermanos Dalton. Salido uno y Salido el otro hacen mutis nada más cerrar el Irish. Miquelone, El Praviano, huye Bravo Murillo abajo hasta que su Clío da el último correazo. Quedamos siete gatos locos: Jose, el hombre que vino del Más Allá; Chechu, Autol de una noche memorable en el chalet de Amperito; Blanca, diseñadora para sí de una noche indiseñable; Mariotti, mi querido Mariotti… perjudicado como un campeón, todavía bombeaba sangre por la yugular culpa del “otro” Chechu, el de la tele. La culpable, Bella Bea, palentina de pelo color arcilla y gafas remendadas. Son las 6 a.m. Yo dudo si despedirme a la francesa o subirme a la moto mis innumerables cubatas y continuar la fiesta… En eso levanta la voz el que nunca está pero siempre aparece. Conocido como F. Yerba para los más leídos, se descuelga con unas sorprendentes declaraciones en plena Avda. de Brasil. “Yo sé un sitio que está abierto a esta hora… es medio clandestino… te piden contraseña en la puerta… no sé exactamente dónde está…”. Suena bien, promete. Me explica cómo llegar y después de no atinar con el antirrobo de la jaca salgo inquieto calle Orense abajo. Detrás de mí, Bea, Mario, Chechu y Jose en un coche. Tino y Blanca van a dejar a Dalton mayor y quedamos en vernos allí.

Allí es un garito que según nos ha contado F. Y. está en la Travesía San Mateo, perpendicular a la calle San Mateo, nada más cruzar Fernando Sexto. De momento somos cinco y del garito, nada de nada. Sólo sabemos el nombre pero nos tranquiliza ver que la rúa sólo tiene dos manzanas. No debe andar muy lejos. Villameona suelta lastre entre dos coches y en eso aparece una pareja, tío y tía, que no conocen el local en cuestión pero que tras la descripción deciden venirse a ver qué pinta tiene. El patrón sigue sin llegar y entre el bajón “post-copazo” y la quietud de la noche llega la desesperanza. Hasta que un perenne barrendero, puesto allí por el Ayuntamiento, literal, nos dice que lo que buscamos está en esa misma manzana pero en la calle paralela. ¡Ufff! Mi estómago ruge, como en tantas otras ocasiones de desvarío etílico. Y para variar no tengo nada que llevarme a la boca… ¡Mierda!

La manada se desperdiga justo cuando ya sabemos donde es. Muy típico: cuando nadie sabe nada, todos juntitos. La información es el poder y una vez que llega, cada uno a su bola. Chechu y yo arribamos los primeros. C/ San Lorenzo, 5. La fachada es enigmática. Toldo volado de lona blanca haciendo un semicírculo sobre nuestras cabezas, con el nombre en letras negras, LAIDY Pepa, CAFE TEATRO. Abre la puerta gris Maguila Gorila, o alguien muy parecido: “¿Van a cenar?”, pregunta. “Sí”, digo yo, pensando que esa es la contraseña… Bajamos unas escaleras muy estrechas y empinadas y damos de bruces con una barra vacía pero con mucho trajín de camareros. Huele a comida. A ver si va a ser coña lo de la contraseña y de veras nos ofrecen cenar en serio. Chechu y yo flipamos. El encargado no pregunta cuántos somos y le decimos que siete. Como sólo ve a dos y porque como luego comprobaremos hay mucho borracho gracioso a esas horas, nos quiere sentar en una mesa pequeña. “Que no, que no, que el resto está llegando…”. A regañadientes nos deja sentarnos donde queramos, a la entrada del salón alargado a la izquierda. El techo es abovedado, de las paredes cuelga un basto gotelet blanco que amenaza con caer sobre el personal, y a los lados del estrecho pasillo se alinean bajitas mesas de madera con un rústico mantel de cuadros blanquirrojos. El encargado, bigotón y mal encarado, desliza la carta plastificada… ¡esto va en serio!, pienso yo. Chechu me mira flipado. Mi estómago toca la puerta. 8 euros la ración de queso. ¡Marchando una de queso, pues!

En breve llegan los demás. Se sientan como pueden, ya no veo al de guitarra. En la mesa de enfrente hay un treintañero rondando a una moza al son de Antonio Vega. Algunos cantan por lo bajinis mientras los de la mesa de al lado se aprietan unos espaguetis de tomo y lomo. Mi alucine no deja de crecer. El pedo psicológico toca techo cuando cruza el pasillo, camino de la mesa-cantante, Willy Toledo. Bea abre la boca, le mira, nos mira, le mira… hasta que yo, borracho de euforia, le llamo: “Willy, ven, te presento a Bea, una chica de Palencia que te admira”. Saluda, Bea sigue con la boca abierta y como si nada. Se sienta junto al guitarrista y empieza a cantar una canción de la memorable “Al otro lado de la cama”. Bea no se da cuenta. Cree que conozco a Willy de antes, ¡jajajajaja!

Desde entonces hasta las ocho de la mañana viví en una nube. Me apreté la ración de queso casi yo solo. Los chicos pidieron unos espaguetis que, incomprensiblemente, no probé. Los tunos aparecieron para hacer lo único que saben hacer: dar por saco. El dueño me contó que el templo lleva abierto desde ¡1962!, aunque se está cansando de las continúas zancadillas de Gallardón. “Si lo vas a cerrar, avísame, yo te lo compro”, le dije.

No recuerdo haber dicho mucho más aquella noche gloriosa del 20 de Octubre de 2005. La noche en que descubrí “Laidy Pepa”, el garito soñado que tanto tiempo tardé en encontrar. Habrá que volver. Ya nunca Madrid volverá a ser igual. ¡Viva Madrid, canalla y glotón!

viernes, octubre 21, 2005

Pichichi Woodgate


Estimado Jonathan Woodgate:
Woody, me nace escribirte unas líneas, las líneas de la vida. Vida perra la tuya en los últimos tiempos. Tiempos de gimnasio, fisio y grada. Grada que se pregunta quién eres. Eres bueno, de lo contrario no te hubiera fichado el Madrid. Madrid, tu ciudad desde hace un largo año aunque pocos te conocen por El Foro. Foro de debate el Bernabéu, que no se explicaba cómo unos problemas musculares tardaban 17 meses en curarse. Curarse no sólo es recibir el alta y en tu primer partido oficial, la tribuna descubrió tu planta, tu larga inactividad y tu mala suerte al meterte un autogol de cabeza. Cabeza de chorlito en Chamartín, porque además del gol en propia meta te marchaste antes de tiempo, expulsado. Expulsado y sancionado hasta la siguiente oportunidad, un amistoso contra el Rayo. Rayo de esperanza en Las Rozas para demostrar tu valía, para reivindicarte como jugador de élite, pero esta vez lo que falla es el tobillo por culpa de un inoportuno esguince... y vuelta al doctor. Doctor Del Corral, al que prometiste brindar tu primer gol en la portería correcta por las interminables horas de rehabilitación a tu lado. Lado opuesto, de nuevo al marcar, elegiste la semana pasada en Zaragoza, en tu enésimo regreso. Regreso al principio y me alegro por lo del miércoles. Miércoles europeo, ante un estadio acongojado por culpa del 0-1. Uno sólo hacía falta para rememorar otra épica remontada de las de antaño y ahí estabas tú, por fin en la portería buena, la portería de los goles. Goles son amores y lo demás buenas razones, que dicta el dicho popular. Popular es tu apellido, Puerta de Madera. Madera has de tocar para abrir la puerta grande.

lunes, octubre 17, 2005

Fútbol de equipos, selección menor

¿Preferirías que tu equipo jugara la final de la Champions o que España jugara la final de un Mundial? Yo lo tengo claro: prefiero que mi equipo juegue la final de la Champions. Y creo que no soy el único… si los jugadores de la selección pudieran ser sinceros habría más de un sorpresa. No pueden, o no quieren, ser sinceros. Como para otros muchos españoles, la selección no es lo máximo y así es muy difícil tocar el cielo.
César Nanclares Escudero - www.mediapunta.es
Querer es poder. Cierto. Querer sin sentir. Difícil. Tanto como que España gane un Mundial. Desde que somos pequeños venimos oyendo mil y una razones de por qué la selección española de fútbol nunca gana nada. Que si los árbitros nos perjudican, que si a los jugadores les falta carácter en los momentos decisivos, que si llegamos con poca preparación, que si el rival de turno siempre está en su mejor momentos, que si hay demasiados extranjeros en nuestra Liga…¡pamplinas! La selección española adolece de nacionalismo, un sentimiento caduco en muchos órdenes del mundo globalizado de hoy, pero imprescindible para que once jugadores que representan a un país “se pongan la camiseta”. Once jugadores en el campo y uno sólo en la grada, frente al televisor o en la tribuna de prensa. Porque lo que transmiten nuestros jugadores en el césped es el fiel reflejo de nuestros sentimientos desde fuera. Suena duro, lo sé, pero no es más que desapego, desarraigo, desidia… y así podíamos estar “des contando” hasta mañana.
No ocurre lo mismo con el fútbol de clubes, en el que la comunión entre jugadores-equipo y afición es casi perfecta. La era del merchandising ha permitido que los equipos ingresen cantidades desorbitadas por la venta de camisetas oficiales de sus jugadores e incluso amorticen el coste de un fichaje sólo con estos ingresos. Ningún fanático se avergüenza de llevar puesta, al campo o de paseo, la camiseta de su equipo y aunque el jugador fichado sea extranjero o llegue del máximo rival, una vez se pone la elástica de juego ya es idolatrado y admirado como si llevara toda la vida en el club. Parecería lógico si el equipo fuera “grande” o al menos aspirante, pero ocurre en todos los casos. La fidelidad a los colores de un equipo no decae con los resultados adversos y hasta se dan casos de clubes con mayor afluencia a su estadio cuanto peor clasificado está. El aficionado español al fútbol es fiel seguidor de su equipo pero no siempre lo es de su selección ¿Por qué?
En principio habría que decir que todo español de edad adulta tiene un cacao mental importante sobre los símbolos que en teoría nos representan. Los mayores porque vieron como la dictadura de Franco se apropiaba de esos símbolos como propios, representativos de la moral recta e inmutable pese a haber llegado al poder de manera ilegal, subversiva y sangrienta. Los más jóvenes porque se han educado entre la herencia caótica de sus mayores y el borrón y cuenta nueva de la España constitucional. Excepto los radicales, de un lado y de otro, todos dudamos si mostrar una bandera española es nacionalismo legítimo y natural, o derechismo. Ni siquiera los colores rojo y amarillo combinados (el gualda no lo reconoce la actual Constitución) se pueden enseñar sin que haya suspicacias a nuestro alrededor. La paradoja es tal que nos ponemos una camiseta con la bandera de cualquier otro país (EE. UU. o Argentina, por citar dos ejemplos frecuentes) sin que despierte en nosotros el mismo rubor que produce la bandera española. No hablemos ya de los símbolos provinciales o comunitarios. Utilizados como arma arrojadiza y reivindicativa por los políticos de ámbito regional se acaban convirtiendo en símbolos locales que traban aún más el sentimiento colectivo y único necesario para que todos “nos pongamos la misma camiseta”.
Los propios jugadores no son ajenos (por mucho que a veces les “ayudemos”) a la sociedad en la que viven. Ya se conocen casos, anónimos porque nadie se atreve a publicarlos, de jugadores que no quieren ser convocados por el seleccionador para evitar decantarse por la sinceridad del no. ¿Qué ocurre con aquellos que “por motivos profesionales” aceptan jugar en la selección con un sí falso? Pues que no se ponen la camiseta con el verdadero sentido de pertenencia al grupo, de saber que están defendiendo las ilusiones de todos los aficionados… ¿pero no hemos quedado en que no eran todos? Claro está que es la pescadilla que se muerde la cola. Si la gente no cree, el jugador tampoco, por mucho que se le llene la boca en sus declaraciones a la prensa. Declaraciones que, por cierto, no dejan lugar a dudas: Todos dicen que llegar a la selección es lo máximo... cuando si de veras creyeran en sus posibilidades como equipo nacional dirían que lo máximo es ganar un Mundial o al menos una Eurocopa.
El ejemplo de otros deportes de equipo no es trasladable al fútbol, espectáculo de masas preferido y por tanto el más visceral e irracional de todos. Los mal llamados deportes “minoritarios” (todos parecen mínimos comparados con el fútbol pero son practicados por miles de deportistas) no se conjuran por el sentimiento nacional sino más bien por la defensa de su casi permanente anonimato. Sólo se les hace caso durante el tiempo que dura el torneo internacional que ganan y a veces ni eso: los medios casi siempre tocan la puerta cuando el éxito ya está consumado. Luchan por reivindicar su deporte más que por reivindicar su pertenencia al mismo país. Aquellos de los “otros” que arrastran más público, como el baloncesto, el ciclismo, el balonmano o el atletismo, demuestran que somos de tendencia “solitaria”. Destacamos más en deportes individuales (Santana, Nieto, Ballesteros, Indurain…) que en deportes colectivos. El balonmano acaba de ganar su primer oro mientras el baloncesto siempre ronda el premio gordo para acabar conformándose con la pedrea.
Tal vez sólo un golpe de suerte, una casualidad o una generación superlativa de futbolistas españoles coincidentes en el tiempo obren el milagro, y por fin ganen algo. Aunque está el listón tan bajo que con alcanzar la final de algún campeonato quizá sea suficiente. Ello haría que el “exitismo” de los oportunistas y el fiel sentimiento de los seguidores de toda la vida desterrara para siempre el pudor que sienten determinados españoles por demostrar su nacionalismo español, clave en las conquistas deportistas internacionales modernas donde la igualdad de fuerzas es altísima y sólo marcan diferencias los “pequeños” detalles.

jueves, octubre 13, 2005

David Russell, el enigma

Frío invierno en Don Benito, Badajoz. Enero de 1986. La ACB decide importar de la NBA el Slam Dunk Contest, traducido por nuestros pagos como Concurso de Mates. Los privilegiados que llegaban a meterla para abajo, como decían los vanguardistas de la época, eran casi todos estadounidenses y de raza negra. También se hablaba de machaques o smashes, en el constante aterrizaje de vocabulario importado que enriqueció nuestro baloncesto en la década de los 80.

César Nanclares Escudero – Showtime Magazine

Del otro lado del Atlántico había llegado dos años antes uno de los mejores jugadores de la historia de la universidad católica de Nueva York, David Lee Russell. Newyorker de pura cepa, zurdo, 1´99, clase a raudales y capaz de tomarse un helado mientras volaba hacia canasta. Curioso que no cuajara en una de las plazas más entendidas de nuestro basket, Badalona, el primer destino de Russell en España, en 1983. Fue un año después cuando recaló en el Estudiantes junto a su complemento directo, John Oso Pinone. Ambos formaron durante cuatro temporadas y pico la mejor pareja de extranjeros de la historia colegial y una de las mejores que uno recuerde.

Russell era serio, elegante, muy profesional dentro y fuera de la pista y con un punto de timidez e introversión, lo que no le ayudó a aprender español; de hecho nunca se interesó por nuestro idioma. Vicente Gil, (“Vicente, Vicente, eres el más demente”, gritaba la Demencia), base de aquel legendario Estudiantes, recuerda su pulcritud en la higiene personal y en el vestuario. Le gustaba vestir ropa cara y no dudaba en viajar a Barcelona para degustar la incipiente moda de España. “Un gran tipo. Nunca tuvo un mal gesto con nadie. Era el mejor con el balón en el aire. Yo mantuve contacto con él hasta hace unos diez años, incluso charlamos en alguno de mis viajes profesionales a Estados Unidos…”.

Sixto Miguel Serrano, periodista todoterreno, también hizo buenas migas con Russell en aquella legendaria época marcada por la movida madrileña. “David nunca cambió la hora de su reloj. Llevaba siempre la de Nueva York, su apartamento de la calle Bolivia, en Madrid, estaba lleno de recuerdos estadounidenses, veía canales de televisión norteamericanos cuando entonces casi nadie podía y cenaba con frecuencia en la famosa hamburguesería Alfredo´s”.

La casualidad quiso que Sixto formara parte del jurado de los mates en Don Benito´86. “El concurso estaba muy igualado entre Russell y Wayne Robinson. David, sin inmutarse, se fue a la grada antes del último mate y colocó a un niño -no sabría decir de que edad- a unos dos metros del aro. Se fue hacia atrás, cogió carrerilla y el resto se ve en la imagen. Lo que pocos saben es que yo levanté el 10 en la mesa del jurado según machacaba David. Los demás me miraron y la máxima puntuación final le dio el triunfo inapelable”.

Russell revalidó el título un año después en Vigo. El parqué del Palacio de los Deportes de Madrid vibró con sus botes hasta que en 1989 sus maltrechas rodillas dijeron basta y pasó el testigo del espectáculo en el Estu a otro matador de leyenda, Rickie Winslow. Poco a poco, la llama de David se fue apagando y su separación matrimonial le dejó al borde de la quiebra económica. Desde entonces rehuye el contacto con quienes siguen siendo amigos suyos en Madrid. Ni siquiera John Pinone le pudo localizar para celebrar el cincuentenario del Estudiantes, hace siete años. Varios y encontrados comentarios pululan en Madrid sobre el actual paradero de Russell… ninguno halagüeño. Sixto Miguel Serrano propone organizarle un homenaje en Madrid. Yo me apunto. Ese día desempolvaré mi carpeta de séptimo de EGB forrada con el póster de la revista “Gigantes” que ilustra estas líneas: el mejor mate jamás hecho a este lado del charco. ¿Alguien más se une al homenaje?