El Cronista Deportivo
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MediaPunta

jueves, mayo 25, 2006

El Forzudo - Elisa del Palacio (Firma invitada)

Mi amiga me contaba que estaba cansada.
Es por el tratamiento, es muy duro.
¿Y por qué más?
No lo sé, por la operación, por el tratamiento… supongo…

Mi amiga lleva diez años luchando: cayéndose y levantándose valiente tras cada golpe.
Una dolorosa separación tras muchos años de relación, la enfermedad, unos hijos que acusan carencias, una madre que se pierde, el dinero que no sobra, el trabajo que amenaza despedida, un padre que se escapa al pasado…
¿No lo sé?
Y se me ocurrió un cuentito.


Llegaba al pueblo una atracción, una ilusión, un espectáculo: un CIRCO. Un circo de esos antiguos, modestos, sin profesionales de la gimnasia reconvertidos en saltimbanquis, sin stand de recuerdos, sin CDs, sin parafernalias. Sólo la carpa, las luces y la gente del circo, la gente del circo de toda la vida.

La gran atracción, el número fuerte era “EL HOMBRE MAS FUERTE DEL MUNDO”.
Era un hombre exagerado en sus dimensiones, robusto, con unos músculos como esculpidos en granito, calvo como una bola de billar, con un enorme y tupido mostacho negro y una mirada profunda, como de niño. Como de niño asustado que pretende ser mayor.
La noche del estreno el circo se llenó de gente. Todo el pueblo se congregó alrededor de la pista para ver de qué era capaz aquel hombre.

El número empezaba de forma sencilla. El forzudo iniciaba su actuación con unos simples ejercicios de levantamiento de peso. Nada de particular para un hombre tan fuerte. El peso iba aumentando a medida que colocaban pesas en su barra: diez kilos más, diez más, diez más…
A medida que el peso iba en aumento, el público se maravillaba.
¿Cómo es posible? ¡Qué fuerza tiene este hombre!
Y el peso seguía aumentando, y el hombre comenzaba a mostrar flaqueza, dificultades…Su piel se iba tornando roja y brillante por el sudor que derramaba.
Y el peso seguía aumentando, y el jefe de pista anunciaba aún más. Y el forzudo cada vez más forzado, contraídos sus músculos y sus dientes, como si fuera a estallar en cualquier momento. Tal era su esfuerzo que el público enmudeció, compadecido ante tan desmedida demostración de fuerza. ¿Qué sentido tiene esto? Ya ha demostrado su fuerza con creces…El espectáculo se había convertido en la contemplación de un sufrimiento innecesario. El público empezaba a pedir que cesara, ya era suficiente…Pero el forzudo quería seguir, le aterraba la idea de que alguien pudiera pensar que era un fraude, que no era lo suficientemente fuerte, que no podía con todo…

Sus músculos no resistieron más, se rompieron, se quebraron, perdieron el cordón que les une al que da las órdenes. Quedó inerte en la pista, con los músculos rotos, y también roto el corazón. Ya el público no sentía aquella admiración, sólo compasión por aquel hombre enorme, que lloraba como un niño en el centro de la pista.

El cuerpo, el corazón y el alma pueden con lo que pueden. El hecho de querer complacer al público, además de no servir para nada, puede hacer que se nos rompa el cordón que nos une con el que manda.