Descubriendo "Laidy Pepa"
32 años, 10 meses y 17 días. Parece una condena y en cierto sentido lo es. Para mi estómago seguro. Es el tiempo que llevo importunando en este bendito mundo, y el que me ha costado dar con el único garito de Madrid, que yo sepa, en el que te puedes zampar unos espaguetis a las cinco de la mañana. Sí, gochos del foro isidril, por fin podemos decir que Madrid es una ciudad como dios manda. El hambre nocturna ya es historia.
César Nanclares Escudero - www.nanclymen.blogspot.com
Jueves, noche laborable y de farra laboral. La MediaPunta que tanto me ocupa de un tiempo a esta parte se va desvaneciendo. Primero cae, como siempre, el dúo comercial. Luego se rajan Los Hermanos Dalton. Salido uno y Salido el otro hacen mutis nada más cerrar el Irish. Miquelone, El Praviano, huye Bravo Murillo abajo hasta que su Clío da el último correazo. Quedamos siete gatos locos: Jose, el hombre que vino del Más Allá; Chechu, Autol de una noche memorable en el chalet de Amperito; Blanca, diseñadora para sí de una noche indiseñable; Mariotti, mi querido Mariotti… perjudicado como un campeón, todavía bombeaba sangre por la yugular culpa del “otro” Chechu, el de la tele. La culpable, Bella Bea, palentina de pelo color arcilla y gafas remendadas. Son las 6 a.m. Yo dudo si despedirme a la francesa o subirme a la moto mis innumerables cubatas y continuar la fiesta… En eso levanta la voz el que nunca está pero siempre aparece. Conocido como F. Yerba para los más leídos, se descuelga con unas sorprendentes declaraciones en plena Avda. de Brasil. “Yo sé un sitio que está abierto a esta hora… es medio clandestino… te piden contraseña en la puerta… no sé exactamente dónde está…”. Suena bien, promete. Me explica cómo llegar y después de no atinar con el antirrobo de la jaca salgo inquieto calle Orense abajo. Detrás de mí, Bea, Mario, Chechu y Jose en un coche. Tino y Blanca van a dejar a Dalton mayor y quedamos en vernos allí.
Allí es un garito que según nos ha contado F. Y. está en la Travesía San Mateo, perpendicular a la calle San Mateo, nada más cruzar Fernando Sexto. De momento somos cinco y del garito, nada de nada. Sólo sabemos el nombre pero nos tranquiliza ver que la rúa sólo tiene dos manzanas. No debe andar muy lejos. Villameona suelta lastre entre dos coches y en eso aparece una pareja, tío y tía, que no conocen el local en cuestión pero que tras la descripción deciden venirse a ver qué pinta tiene. El patrón sigue sin llegar y entre el bajón “post-copazo” y la quietud de la noche llega la desesperanza. Hasta que un perenne barrendero, puesto allí por el Ayuntamiento, literal, nos dice que lo que buscamos está en esa misma manzana pero en la calle paralela. ¡Ufff! Mi estómago ruge, como en tantas otras ocasiones de desvarío etílico. Y para variar no tengo nada que llevarme a la boca… ¡Mierda!
La manada se desperdiga justo cuando ya sabemos donde es. Muy típico: cuando nadie sabe nada, todos juntitos. La información es el poder y una vez que llega, cada uno a su bola. Chechu y yo arribamos los primeros. C/ San Lorenzo, 5. La fachada es enigmática. Toldo volado de lona blanca haciendo un semicírculo sobre nuestras cabezas, con el nombre en letras negras, LAIDY Pepa, CAFE TEATRO. Abre la puerta gris Maguila Gorila, o alguien muy parecido: “¿Van a cenar?”, pregunta. “Sí”, digo yo, pensando que esa es la contraseña… Bajamos unas escaleras muy estrechas y empinadas y damos de bruces con una barra vacía pero con mucho trajín de camareros. Huele a comida. A ver si va a ser coña lo de la contraseña y de veras nos ofrecen cenar en serio. Chechu y yo flipamos. El encargado no pregunta cuántos somos y le decimos que siete. Como sólo ve a dos y porque como luego comprobaremos hay mucho borracho gracioso a esas horas, nos quiere sentar en una mesa pequeña. “Que no, que no, que el resto está llegando…”. A regañadientes nos deja sentarnos donde queramos, a la entrada del salón alargado a la izquierda. El techo es abovedado, de las paredes cuelga un basto gotelet blanco que amenaza con caer sobre el personal, y a los lados del estrecho pasillo se alinean bajitas mesas de madera con un rústico mantel de cuadros blanquirrojos. El encargado, bigotón y mal encarado, desliza la carta plastificada… ¡esto va en serio!, pienso yo. Chechu me mira flipado. Mi estómago toca la puerta. 8 euros la ración de queso. ¡Marchando una de queso, pues!
En breve llegan los demás. Se sientan como pueden, ya no veo al de guitarra. En la mesa de enfrente hay un treintañero rondando a una moza al son de Antonio Vega. Algunos cantan por lo bajinis mientras los de la mesa de al lado se aprietan unos espaguetis de tomo y lomo. Mi alucine no deja de crecer. El pedo psicológico toca techo cuando cruza el pasillo, camino de la mesa-cantante, Willy Toledo. Bea abre la boca, le mira, nos mira, le mira… hasta que yo, borracho de euforia, le llamo: “Willy, ven, te presento a Bea, una chica de Palencia que te admira”. Saluda, Bea sigue con la boca abierta y como si nada. Se sienta junto al guitarrista y empieza a cantar una canción de la memorable “Al otro lado de la cama”. Bea no se da cuenta. Cree que conozco a Willy de antes, ¡jajajajaja!
Desde entonces hasta las ocho de la mañana viví en una nube. Me apreté la ración de queso casi yo solo. Los chicos pidieron unos espaguetis que, incomprensiblemente, no probé. Los tunos aparecieron para hacer lo único que saben hacer: dar por saco. El dueño me contó que el templo lleva abierto desde ¡1962!, aunque se está cansando de las continúas zancadillas de Gallardón. “Si lo vas a cerrar, avísame, yo te lo compro”, le dije.
No recuerdo haber dicho mucho más aquella noche gloriosa del 20 de Octubre de 2005. La noche en que descubrí “Laidy Pepa”, el garito soñado que tanto tiempo tardé en encontrar. Habrá que volver. Ya nunca Madrid volverá a ser igual. ¡Viva Madrid, canalla y glotón!
César Nanclares Escudero - www.nanclymen.blogspot.com
Jueves, noche laborable y de farra laboral. La MediaPunta que tanto me ocupa de un tiempo a esta parte se va desvaneciendo. Primero cae, como siempre, el dúo comercial. Luego se rajan Los Hermanos Dalton. Salido uno y Salido el otro hacen mutis nada más cerrar el Irish. Miquelone, El Praviano, huye Bravo Murillo abajo hasta que su Clío da el último correazo. Quedamos siete gatos locos: Jose, el hombre que vino del Más Allá; Chechu, Autol de una noche memorable en el chalet de Amperito; Blanca, diseñadora para sí de una noche indiseñable; Mariotti, mi querido Mariotti… perjudicado como un campeón, todavía bombeaba sangre por la yugular culpa del “otro” Chechu, el de la tele. La culpable, Bella Bea, palentina de pelo color arcilla y gafas remendadas. Son las 6 a.m. Yo dudo si despedirme a la francesa o subirme a la moto mis innumerables cubatas y continuar la fiesta… En eso levanta la voz el que nunca está pero siempre aparece. Conocido como F. Yerba para los más leídos, se descuelga con unas sorprendentes declaraciones en plena Avda. de Brasil. “Yo sé un sitio que está abierto a esta hora… es medio clandestino… te piden contraseña en la puerta… no sé exactamente dónde está…”. Suena bien, promete. Me explica cómo llegar y después de no atinar con el antirrobo de la jaca salgo inquieto calle Orense abajo. Detrás de mí, Bea, Mario, Chechu y Jose en un coche. Tino y Blanca van a dejar a Dalton mayor y quedamos en vernos allí.
Allí es un garito que según nos ha contado F. Y. está en la Travesía San Mateo, perpendicular a la calle San Mateo, nada más cruzar Fernando Sexto. De momento somos cinco y del garito, nada de nada. Sólo sabemos el nombre pero nos tranquiliza ver que la rúa sólo tiene dos manzanas. No debe andar muy lejos. Villameona suelta lastre entre dos coches y en eso aparece una pareja, tío y tía, que no conocen el local en cuestión pero que tras la descripción deciden venirse a ver qué pinta tiene. El patrón sigue sin llegar y entre el bajón “post-copazo” y la quietud de la noche llega la desesperanza. Hasta que un perenne barrendero, puesto allí por el Ayuntamiento, literal, nos dice que lo que buscamos está en esa misma manzana pero en la calle paralela. ¡Ufff! Mi estómago ruge, como en tantas otras ocasiones de desvarío etílico. Y para variar no tengo nada que llevarme a la boca… ¡Mierda!
La manada se desperdiga justo cuando ya sabemos donde es. Muy típico: cuando nadie sabe nada, todos juntitos. La información es el poder y una vez que llega, cada uno a su bola. Chechu y yo arribamos los primeros. C/ San Lorenzo, 5. La fachada es enigmática. Toldo volado de lona blanca haciendo un semicírculo sobre nuestras cabezas, con el nombre en letras negras, LAIDY Pepa, CAFE TEATRO. Abre la puerta gris Maguila Gorila, o alguien muy parecido: “¿Van a cenar?”, pregunta. “Sí”, digo yo, pensando que esa es la contraseña… Bajamos unas escaleras muy estrechas y empinadas y damos de bruces con una barra vacía pero con mucho trajín de camareros. Huele a comida. A ver si va a ser coña lo de la contraseña y de veras nos ofrecen cenar en serio. Chechu y yo flipamos. El encargado no pregunta cuántos somos y le decimos que siete. Como sólo ve a dos y porque como luego comprobaremos hay mucho borracho gracioso a esas horas, nos quiere sentar en una mesa pequeña. “Que no, que no, que el resto está llegando…”. A regañadientes nos deja sentarnos donde queramos, a la entrada del salón alargado a la izquierda. El techo es abovedado, de las paredes cuelga un basto gotelet blanco que amenaza con caer sobre el personal, y a los lados del estrecho pasillo se alinean bajitas mesas de madera con un rústico mantel de cuadros blanquirrojos. El encargado, bigotón y mal encarado, desliza la carta plastificada… ¡esto va en serio!, pienso yo. Chechu me mira flipado. Mi estómago toca la puerta. 8 euros la ración de queso. ¡Marchando una de queso, pues!
En breve llegan los demás. Se sientan como pueden, ya no veo al de guitarra. En la mesa de enfrente hay un treintañero rondando a una moza al son de Antonio Vega. Algunos cantan por lo bajinis mientras los de la mesa de al lado se aprietan unos espaguetis de tomo y lomo. Mi alucine no deja de crecer. El pedo psicológico toca techo cuando cruza el pasillo, camino de la mesa-cantante, Willy Toledo. Bea abre la boca, le mira, nos mira, le mira… hasta que yo, borracho de euforia, le llamo: “Willy, ven, te presento a Bea, una chica de Palencia que te admira”. Saluda, Bea sigue con la boca abierta y como si nada. Se sienta junto al guitarrista y empieza a cantar una canción de la memorable “Al otro lado de la cama”. Bea no se da cuenta. Cree que conozco a Willy de antes, ¡jajajajaja!
Desde entonces hasta las ocho de la mañana viví en una nube. Me apreté la ración de queso casi yo solo. Los chicos pidieron unos espaguetis que, incomprensiblemente, no probé. Los tunos aparecieron para hacer lo único que saben hacer: dar por saco. El dueño me contó que el templo lleva abierto desde ¡1962!, aunque se está cansando de las continúas zancadillas de Gallardón. “Si lo vas a cerrar, avísame, yo te lo compro”, le dije.
No recuerdo haber dicho mucho más aquella noche gloriosa del 20 de Octubre de 2005. La noche en que descubrí “Laidy Pepa”, el garito soñado que tanto tiempo tardé en encontrar. Habrá que volver. Ya nunca Madrid volverá a ser igual. ¡Viva Madrid, canalla y glotón!
1 Comentarios:
Glorioso!!!! Tengo que ir a descubrir ese sitio inmediatamente... hace que vuelvan aquellos maravillosos tiempos cuando había muchos, muchísimos más sitios así.
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